Si había algo que le gustase más era dejar que parte de su cama se enfriase para así tener ese placer de sentir sus sábanas de lino bien frías en sus muslos y pies. Siempre fue feliz con esos pequeños placeres que la vida a veces nos ofrece y que no sabemos ver.
jueves, 1 de junio de 2017
Sábanas
Luz era muy dormilona. Le encantaba siempre estar tirada en su cama y, a veces, pasaba las horas allí postrada sin más objetivo que pensar en sus cosas o disfrutar de ese momento de relajación. Cuando no trabajaba o tenía un quehacer ineludible, ese era su mejor pasatiempo.
Si había algo que le gustase más era dejar que parte de su cama se enfriase para así tener ese placer de sentir sus sábanas de lino bien frías en sus muslos y pies. Siempre fue feliz con esos pequeños placeres que la vida a veces nos ofrece y que no sabemos ver.
Si había algo que le gustase más era dejar que parte de su cama se enfriase para así tener ese placer de sentir sus sábanas de lino bien frías en sus muslos y pies. Siempre fue feliz con esos pequeños placeres que la vida a veces nos ofrece y que no sabemos ver.
miércoles, 31 de mayo de 2017
Portazos
Luego cruzó el pasillo, bajó las escaleras y mató al prisionero.
Para el era algo tan asiduo que se había deshumanizado por completo.
Los comienzos en su trabajo fueron duros, pero una vez que se convirtió en costumbre hasta disfrutaba de ello. Le gustaba su trabajo, aportar con su hacer a la sociedad. Y en el régimen era lo normal. Tenías que hacer sin rechistar, pero si además disfrutabas podría llegar a ser como vivir en un sueño, o en una pesadilla en la que se disfruta de ella.
Los no aptos o disidentes tenían marcado ese destino. Era la muerte personificada en un oficio, y así lo miraban los prisioneros, con terror, pánico, como un segador de almas que no solo era enviado por órdenes supremas, el cual mostraba el sadismo en sus pequeños ojos acentuados por unas orejas a las que le faltan pedazos y a la vez llenas de argollas.
El oir del portazo al final del pasillo les hacía estremecer y temblar. Pero hoy es diferente. Hoy son esas orejas las que escuchan ese portazo al final del pasillo. Y tiembla.
Para el era algo tan asiduo que se había deshumanizado por completo.
Los comienzos en su trabajo fueron duros, pero una vez que se convirtió en costumbre hasta disfrutaba de ello. Le gustaba su trabajo, aportar con su hacer a la sociedad. Y en el régimen era lo normal. Tenías que hacer sin rechistar, pero si además disfrutabas podría llegar a ser como vivir en un sueño, o en una pesadilla en la que se disfruta de ella.
Los no aptos o disidentes tenían marcado ese destino. Era la muerte personificada en un oficio, y así lo miraban los prisioneros, con terror, pánico, como un segador de almas que no solo era enviado por órdenes supremas, el cual mostraba el sadismo en sus pequeños ojos acentuados por unas orejas a las que le faltan pedazos y a la vez llenas de argollas.
El oir del portazo al final del pasillo les hacía estremecer y temblar. Pero hoy es diferente. Hoy son esas orejas las que escuchan ese portazo al final del pasillo. Y tiembla.
martes, 30 de mayo de 2017
Ausencia
Odiaba mi trabajo.
Tantas horas desde bien temprano hasta altas horas de la tarde, o a veces incluso hasta la noche. No había horarios. No reportaba, ni lo pagaban. Tirar la vida a cambio de esclavitud moderna. Aburrido y rutinario. Días rutinarios. Vida rutinaria...
Lo único que me hacía soportar estos días y la rutina era otro modo de rutina distinta, una especie de tradición que se llevaba celebrando años. Sólo tenía que llegar a casa y abrir la puerta...
... Y allí estaba él. Su saludo alegre, las piruetas imposibles, los alegres gemidos y jadeos de un pequeño ser peludo que me daban la bienvenida al hogar. Sólo con su mirada podía interpretar su lenguaje: "¿Dónde estabas?", "¿Por qué tardaste?", "¡Te echaba de menos!"
Merecía la pena soportar toda esa odiosa rutina, con tal de poder revivir cada día ese último ritual rutinario... y que extraña es ahora la soledad y la ausencia al abrir la puerta.
Tantas horas desde bien temprano hasta altas horas de la tarde, o a veces incluso hasta la noche. No había horarios. No reportaba, ni lo pagaban. Tirar la vida a cambio de esclavitud moderna. Aburrido y rutinario. Días rutinarios. Vida rutinaria...
Lo único que me hacía soportar estos días y la rutina era otro modo de rutina distinta, una especie de tradición que se llevaba celebrando años. Sólo tenía que llegar a casa y abrir la puerta...
... Y allí estaba él. Su saludo alegre, las piruetas imposibles, los alegres gemidos y jadeos de un pequeño ser peludo que me daban la bienvenida al hogar. Sólo con su mirada podía interpretar su lenguaje: "¿Dónde estabas?", "¿Por qué tardaste?", "¡Te echaba de menos!"
Merecía la pena soportar toda esa odiosa rutina, con tal de poder revivir cada día ese último ritual rutinario... y que extraña es ahora la soledad y la ausencia al abrir la puerta.
lunes, 29 de mayo de 2017
Tiempo
Siempre tan puntual –pensé. Y como
siempre, hermosa. Desde que te vi la primera vez, bajando esa misma calle día
sí y día también. Si no era para ir a tus primeros días de colegio en primaria (con
tu pequeña mochila a la espalda, agarrada con todas tus fuerzas a la mano de tu
madre y esas dos pequeñas coletas que parecían dos pequeños manojos de perejil)
era para ir a jugar al parque que hay cerca de donde yo observo, o en la
Avenida situada a la izquierda de este parque, o a comprarte una napolitana en
el kiosko, después de llorarle un buen rato a tu padre para comprártelo. Lo
recuerdo como si fuese ayer…
Extraño era el día que no pasabas
delante de mí, y extrañado y preocupado me quedaba ante tal ausencia -¿Estarías
enferma? ¿O quizás te has ido de viaje con tu familia?- Pero siempre volvías a
aparecer, y siempre volvías a alegrarme mi corazón.
Acabaste primaria, y pasaste a estudiar
E.G.B. en el Colegio adyacente. Ibas creciendo, y ya no llevabas esas coletas
que tanta gracia me hacía. Tampoco ibas acompañada ya de tu madre, sino de tus
pequeños amigos. Y cada día más hermosa, y más mayor.
Luego al instituto, estudiar la
universidad fuera, donde siempre esperabas ese autobús delante de mí, y allí
detenidamente, te observaba, y veía en ti una mirada en parte triste por
abandonar tu tierra cada fin de semana, por otro alegre, porque tu vida
continuaba y buscabas tu futuro e ilusiones en los estudios. Y yo te miraba con
orgullo, y con mucho amor.
Pasaban los años y ya lo extraño era
verte, sabía que terminaste de estudiar, porque sé que eres lista e inteligente
(tu madre siempre lo comentaba cuando te llevaba al colegio con sus amigas).
Seguramente habrás formado una familia en una ciudad lejana, donde espero que
tengas un buen trabajo, una pareja que te quiera como te mereces, y deseando
que si tienes una hija se parezca mucho a ti, mi pequeña luchadora.
Y aunque no sea tu padre, en cierto
modo, así me siento, padre de todas las personas de esta tierra, porque he
visto poco a poco como toda la gente de esta pequeña ciudad ha ido creciendo,
formándose como personas, emigrando por trabajo en busca de más suerte en otros
lugares, o tristemente falleciendo. Mis retinas tienen a cada habitante de mi tierra
impregnadas por el resto de los tiempos, pero tú, pequeña y hermosa, siempre te
llevare en mi corazón.
martes, 23 de mayo de 2017
Anónima
¡Que fácil es a veces caer en las garras de la trampa lanzada por el
caprichoso destino! ¡Con que facilidad puede un corazón helado dejar
atraparse en los momentos de necesidad y rabia! Por unos momentos me
acogiste en tu delicados brazos, para fundirnos y confundirnos en la
fría helada de la noche. Por unos instantes fuiste mi fiel abanderada de
esos mágicos momentos donde tú, hada anónima, y yo, compartimos tanto y
tan poco. Prendado al verte desfilar, finalizó nuestra inolvidable
experiencia, y ahora ya más sobrio, dudo de la veracidad de nuestro
encuentro, de nuestros abrazos y de nuestros besos de aquella noche
helada de octubre, de aquellas mirada furtivas entre nosotros y de todo
lo que podríamos haber adquirido el uno de otro.
domingo, 21 de mayo de 2017
Flores muertas
En el camino errante de la locura yacen las flores de la ilusión que una
vez sembre. Su estado perenne me recordó lo existencial y momentáneo de
los sentimientos, de como el tiempo devora cada añorado recuerdo, cada
mirada cómplice y silenciosa, cada gesto derramado en nuestro ahora ya
camino minado. Dichas flores me recuerdan la fragilidad con que la
muerte puede dañarla y la sencillez de sembrar otras semillas. Pero
estas flores espinosas una vez pincharon mi alma sangrante con sus
dulces espinas y desde entonces te llevo rasgada en el alma. El camino
llega a su fin, pero empiezan otros senderos aún por caminar, otras
espinas que clavarse, otras flores a pudrirse...
lunes, 17 de octubre de 2016
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