miércoles, 31 de mayo de 2017

Portazos

Luego cruzó el pasillo, bajó las escaleras y mató al prisionero.

Para el era algo tan asiduo que se había deshumanizado por completo.

Los comienzos en su trabajo fueron duros, pero una vez que se convirtió en costumbre hasta disfrutaba de ello. Le gustaba su trabajo, aportar con su hacer a la sociedad. Y en el régimen era lo normal. Tenías que hacer sin rechistar, pero si además disfrutabas podría llegar a ser como vivir en un sueño, o en una pesadilla en la que se disfruta de ella.

Los no aptos o disidentes tenían marcado ese destino. Era la muerte personificada en un oficio, y así lo miraban los prisioneros, con terror, pánico, como un segador de almas que no solo era enviado por órdenes supremas, el cual mostraba el sadismo en sus pequeños ojos acentuados por unas orejas a las que le faltan pedazos y a la vez llenas de argollas.

El oir del portazo al final del pasillo les hacía estremecer y temblar. Pero hoy es diferente. Hoy son esas orejas las que escuchan ese portazo al final del pasillo. Y tiembla.

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